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Yacimiento arqueológico Iberico del Cigarralejo

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Yacimiento

 

El Complejo ibérico del Cigarralejo es un yacimiento arqueológico cuya época corresponde al pueblo ibérico (entre finales siglo V a.C - I. a.C) y esta considerado como uno de los más importantes de la Región de Murcia.

Está localizado en el término municipal de Mula (Murcia), entorno también conocido por los lugareños como "La Ciudad Perdida", en un cerro de flancos abruptos suavizados en la vertiente SE que desciende hacia el río Mula.

Situado a 3 Km de Mula, limita al N con la margen derecha del río Mula, al E con un banco calizo vertical(macizo rocoso del eoceno llamado "Piedra plomera")que constituye una defensa natural del poblado. De forma paralela existe otro afloramiento rocoso donde se asienta el Santuario Ibérico.Además al O limita con el camino comunal de bajada al río Mula y, al S con otro bancal que actualmente se encuentra plantado de almendro. El yacimiento cuenta con una superficie aproximada de 3000m². Se puede acceder a dicho yacimiento desde Mula, o bien desde la carretera que lleva al pantano de La Cierva.

El estudio del yacimiento se inició en 1946 a raíz del descubrimiento casual del santuario y de sus famosos exvotos de piedra. Durante la excavación del mismo se descubrió el poblado que, si bien nunca llegó a excavarse, Emeterio Cuadrado si lo examinó con detenimiento... Pero también en el año 1947,la aparición casual de la necrópolis desvió la atención de Emeterio Cuadrado, una vez finalizados los trabajos en el santuario, en favor de este.

Una de las peculiaridades que confieren especial importancia al estudio del yacimiento de El Cigarralejo es el haber conocido, prácticamente desde el principio de las investigaciones, los tres espacios diferenciados que configuran cualquier asentamiento ibérico urbano. Nos referimos al Poblado propiamente dicho,su Necrópolis y por último,el Santuario. Pocos son los casos en los que se ha localizado tan útil trilogía espacial. La existencia de vados naturales en las cercanías de este asentamiento urbano, explican el emplazamiento físico de este importante yacimiento ibérico que formaba parte de un territorio estructurado por toda una red de vías de comunicación que aprovechaban las necesidades del terreno.Todavía hoy se conserva parte de una calzada, si bien de época romana, que atravisa el río cerca de la citada Piedra Plomera.

El poblado del complejo del Cigarralejo se encuentra aún sin excavar y por ello apenas sabemos que estaba amurallado y que los zócalos de las casas rectangulares fueron elaborados con piedras sin escuadrar de la zona, gracias sobre todo en base a los restos que aún hoy en día se vislumbran en superficie.

 

Necrópolis

La necrópolis está situada al nordeste del cerro, teniendo una extensión aproximada de 2.000 metros cuadrados.Una de las peculiaridades de esta necrópolis ibérica es que su descubridor, Emeterio Cuadrado Díaz, le dedicó cuarenta años de trabajos sistemáticos, practicados entre 1948-1988, excavándola en extensión y en profundidad hasta agotar los depósitos arqueológicos en la parte del yacimiento que era de su propiedad. Este hecho le permitió delimitarla por tres de sus caras: Norte, que linda con un camino vecinal; Sur, con la vaguada que lleva a la piedra Plomera; Este, con el cantil que cae al río Mula. En esta hipotética extensión de más de 1400 m2, localizó 547 tumbas.

Queda por documentar una franja indeterminada del bancal superior, que podría alcanzar hasta los 1100 m2, situada al oeste y en cuya cima se ubica el santuario ibérico. En la actualidad se encuentra plantada con almendros. Aquí nunca se han podido practicar campañas arqueológicas científicas, puesto que se trata de una propiedad particular, siendo muy difícil estimar, por tanto, la proporción de sepulturas que restan por exhumar en esta importante estación ibérica, a lo que hay que añadir el destrozo ocasionado por las labores agrícolas realizadas a lo largo de los siglos y los continuos expolios a los que se ha visto sometida esta zona por parte de los clandestinos.

Los estudios y posteriores publicaciones de los trabajos realizados por este investigador nos han introducido en uno de los conjuntos mayores en cuanto a cultura material ibérica se refiere y, sobre todo, el tener por primera vez un amplio conocimiento de los sistemas constructivos funerarios ibéricos, ya que estableció una completa tipología de las fosas de enterramiento y de las estructuras de piedra o encachados tumulares que recubrían a la mayor parte de ellas.

La potencia estatigráfica de este yacimiento es muy grande, llegando en algunas zonas hasta los dos metros de profundidad, a diferencia de otras necrópolis ibéricas del entorno que crecen en extensión, siendo pocas las superposiciones, o incluso inexistentes. Aquí la media de superposición de tumbas es de cuatro niveles, aunque se han podido documentar hasta ocho superposiciones distintas.

Se iniciarían los enterramientos sobre terreno virgen, pero los derrumbamientos de los túmulos de adobes que remataban las tumbas propiciaron una estratigrafía de tierra sobre las que se fueron incorporando los sucesivos enterramientos más recientes. El margen cronológico oscila entre los inicios del s. IV a. C. y el s. II-I a. C, distinguiendo E. Cuadrado, en ese lapso de tiempo, dos ritos. El destructivo, empleado hasta los inicios del s. III a. C. y, a partir de esta fecha, el conservador, consistente en colocar alrededor de la urna cineraria todo el ajuar, sin destruirlo previamente.

El comienzo de la necrópolis fue datado por su excavador E. Cuadrado a finales del s. V a. C. y se extendería hasta el s. I a. C. La cantidad de fragmentos escultóricos que coronaban las tumbas que fueron reaprovechadas como parte de los encachados de piedra, o esparcidos por la necrópolis, como simples piedras, le indujo a pensar que debió existir una necrópolis anterior, de la que no han quedado rastros a la que pertenecerían estos monumentos escultóricos funerarios y que, una vez destruidos, fueron aprovechados como meras piedras.

No obstante, la excavación en profundidad del yacimiento hasta niveles estériles rechaza la hipótesis de una necrópolis antigua y, sobre todo, la revisión de los materiales arqueológicos que sirven de datación fiable para el resto del ajuar funerario a ellos asociados, a falta de monedas, confirman una cronología más reciente para los inicios de uso de esta necrópolis. Las precisiones cronológicas de las sepulturas se basan en tres parámetros distintos:

Criterios de datación cronológica:

-1. La presencia de abundantes cerámicas importadas entre el ajuar funerario, ya sean áticas, campanienses o de algunos de los talleres esparcidos por el Mediterráneo Occidental y que operaron entre los s. III y II antes de nuestra era. Éste es sin duda el criterio más fidedigno y ha permitido a distintos especialistas datar las sepulturas más antiguas en el segundo cuarto del s. IV a. C. Si bien existe algún objeto de importación algo más antiguo, su asociación a cerámicas áticas, ya sean de figuras rojas o vajilla de mesa de barniz negro, de inicios o mediados del s. IV, hacen que se le aplique a todo el conjunto, como fecha de deposición, la más reciente.

-2. Las fíbulas o imperdibles de La Tène.

-3. La estratigrafía basada en la superposición y, por tanto, en la seriación de tumbas que no deja de proporcionar fechas relativas, en la que las deposiciones antiguas estarán a mayor profundidad que las recientes, colocadas encima de aquellas.

En cualquier caso, el grueso de los enterramientos corresponden al s. IV a. C., momento de auge y predominio de los encachados tumulares y de ajuar dispuesto en la fosa con el rito, denominado por E. Cuadrado destructivo.

A lo largo del s. III a. C. van reduciéndose los empedrados tumulares, hasta desaparecer y los enterramientos se tapan con barro amarillo y algunas piedras de protección de la fosa. En este periodo los ajuares son más homogéneos y menos suntuosos que en la época precedente. Así mismo se utiliza el rito conservador.

Las 547 tumbas de cremación con sus respectivos ajuares funerarios constan de dos partes bien diferenciadas: la fosa con los restos quemados del cadáver y sus pertenencias, con el fin de que le sirviesen en el más allá y la cubierta que la protege al sellar todo el conjunto.

-Las fosas:

Respecto a las fosas existe una amplia gama de variantes, pero podemos decir que se trata de una oquedad practicada en el suelo de forma ovalada o cuadrangular. El tamaño medio de las mismas puede alcanzar el metro o metro y medio de longitud por 0,60 m. de anchura, la profundidad varía mucho en función del ajuar funerario y, especialmente, del tamaño de la urna cineraria depositada en ella y que contenía los restos cremados del difunto, esto es, si se empleó como urna una gran ánfora, el nicho o fosa es muy profunda -1 m. o más-, pero si la urna es pequeña o inexistente, la profundidad no alcanza ni los 30 cm.

Normalmente presenta un reborde, formado al echar, junto al ajuar y las cenizas, carbones y brasas incandescentes que requemaron las paredes del nicho, endureciéndolas por el calor y dándole ese color rojizo tan característico. A otras se les aplicó directamente un revoco de barro blanquecino que deja el nicho perfectamente delimitado del resto del suelo. Una vez preparado se colocó cuidadosamente en su interior el ajuar funerario del difunto, a continuación se cubrió el resto de la oquedad con tierra y, en ocasiones, se ha podido documentar la existencia de una fina capa de barro de color amarillento que pretendía sellar la tumba.

-Las cubiertas:

Finalmente fue construida encima una estructura de piedra de forma cuadrangular y tamaño variable. A otras sepulturas más modestas únicamente se les colocó unas pocas piedras irregulares que delimitan el perímetro de la fosa y en el centro más tierra compactada. Como depósitos cinerarios no faltan los reaprovechamientos de espacios entre empedrados tumulares o, incluso, se han llegado a destruir total o parcialmente tumbas antiguas o parte de su encachado de piedra, con el fin de encajar en el hueco resultante tumbas más recientes y, generalmente, mucho más modestas que aquellas. Emeterio Cuadrado llegó a clasificar los depósitos cinerarios en veintitrés tipos distintos, que abarcan desde el modelo más simple de hoyo circular sin enlucir hasta la fosa rectangular enlucida, las ovales, o las dobles o independientes de las cuales una es para la urna y la otra para el ajuar. Las tumbas son anónimas y no sabemos a quienes pertenecieron. Será en base al ajuar funerario y a la estructura que los cubría de donde extraeremos los datos para el conocimiento del difunto: sexo, oficio, status social, riqueza, etc.

Don Emeterio reunió en el volumen nº XXIII de la Biblioteca Praehistorica Hispana el estudio de cerca de 350 ajuares funerarios de la necrópolis de El Cigarralejo. Llama la atención la abundancia y homogeneidad de los materiales, si bien van variando a lo largo del tiempo y sustituyéndose las importaciones de cerámicas griegas del s. IV a. C. por las fabricadas en alfarerías que operaron en distintos puntos del Mediterráneo a lo largo de los s. III-I a. C. como Rosas (costa catalana), o la Campania (Italia), pero en esencia los ajuares suelen mostrar:

-Tumbas masculinas

Para las tumbas masculinas: una falcata, una lanza con su regatón, un soliferreum y las manillas del escudo. Unavajilla de mesa compuesta por copa/s -ya sean de cerámica ática o indígena- algún plato, fuente o escudilla para los alimentos y uno o más recipientes cerámicos de mediano o gran tamaño, amortizado uno de ellos en la tumba como urna cineraria. No suelen faltar objetos personales como las fíbulas para sujetar la ropa, pendientes o anillos, hebillas o broches de cinturón, botones metálicos, etc. Muchos de estos ajuares de tipo masculino cuentan también con objetos de uso cotidiano, indicadores del oficio que el difunto desempeñó en vida aunque, llegado el caso, contara con un mínimo armamento con el que defenderse.

Las tumbas del Cigarralejo han proporcionado rejas de arado, hoces, podaderas, tijeras de esquilar, chiflas y objetos destinados al curtido de las pieles, balanzas y un juego completo de pesas,' si bien destaca la abundancia de armas. Con respecto a estos últimos objetos, lo que puede ser indicativo de que o bien sólo se enterró en esta necrópolis la élite del poblado o sólo lo hicieron los hombres libres con sus objetos más preciados. En los pocos poblados ibéricos del entorno apenas hay armamento, mientras de los útiles, herramientas y aperos de labranza se incrementan considerablemente del mismo modo que las vajillas de cocina o los grandes recipientes para los alimentos y las bebidas.

-Tumbas femeninas

Las tumbas femeninas, además de la ya mencionada cerámica de mesa o urna cineraria, suelen presentar objetos de adorno como cuentas de collar, agujas o punzones de hueso, colgantes metálicos,. etc, y sobre todo elementos relacionados con la industria textil, es decir, fusayolas, agujas de hierro o cobre y placas de hueso interpretadas por muchos autores como lanzaderas del telar. Santonja analizó 184 restos óseos de tumbas y normalmente coinciden el tipo de ajuar con el sexo del difunto, aunque hay excepciones como tumbas femeninas sin adornos y tumbas masculinas con algún adorno femenino.

 

 

SANTUARIO

 

El santuario propiamente dicho se encuentra ubicado en la margen derecha del río Mula, al oeste del cerro de La Piedra Plomera dominante en la zona, en la cima de un cerro menor.

Calizas y margas configuran un paisaje casi desértico en altura, pero la riqueza agrícola de la vega regada por los ríos Mula y Trascastillo fosilizan lo que debió ser un territorio climáticamente más temperado y de una riqueza agrícola notable.

El descubrimiento del Santuario de "El Cigarralejo", fue casual. En efecto, la aparición "al pie del cantil de la cumbre del cerro" de un fragmento de exvoto (una dama decapitada), permitió a don Emeterio Cuadrado deducir la existencia de un posible santuario ibérico en lo alto del citado cerro.

Tres fueron las campañas de excavación que llevó a cabo entre 1946 y 1948, si bien fue la segunda de ellas, en 1947, cuando aparecieron la práctica totalidad de los exvotos ritualmente enterrados (ocultados) dentro de la habitación denominada H-11 en los Diarios del excavador. Aquella ocultación deliberada acometida,además, de manera ritual se entiendo hoy en día como una favissa, que supuso en aquellos años algo revolucionario que hasta décadas después no se documentarían en otros yacimientos ibéricos otras favissas.

La pronta publicación del hallazgo de los exvotos(apenas dos años después) permitió un rápido conocimiento de la comunidad científica. No obstante, el descubrimiento durante las excavaciones del santuario de la necrópolis, y provocado por ello, su excavación que se prolongaría durante más de 40 años, impidió a don Emeterio acometer una segunda publicación centrada en el contexto material y urbano en el que habían aparecido los exvotos.

Durante la segunda campaña de excavación del santuario (1947), un hijo del propietario de los terrenos avisó a don Emeterio, del descubrimiento de una olla entre carbones y cenizas en un hoyo hecho para plantar un olivo, por lo que efectivamente, se trataba de la Necrópolis.

El santuario de El Cigarralejo fue construido con total consciencia en la parte más alta del cerro gracias a un inteligente aprovechamiento de las irregularidades del terreno.

El límite norte de la construcción se apoyó en lo que parecía ser el cinturón murario del poblado que, en este punto, alcanzaba 1,5 m de grosor, si bien hoy analizada con detenimiento la pendiente del cortado quizá pudiera interpretarse como un oportuno aterrazamiento o contrafuerte.

La excavación del edificio permitió documentar una planta rectangular de notable dimensión (29 x 12m)atravesada, longitudinalmente, por un largo pasillo central de casi metro y medio de ancho. Éste debió funcionar como eje axial de todo el conjunto al ordenar el resto del espacio: sucesivas habitaciones, bien cuadrangulares bien rectangulares, dispuestas a uno y otro lado. El citado pasillo acababa en un segundo corredor, perpendicular al primero, presuntamente a cielo abierto y que corría a lo largo de una habitación "sagrada" a tenor de los exvotos que aparecieron enterrados dentro de ella.

Los contornos norte y sur del complejo se hicieron coincidir con las afloraciones calizas del terreno que, dada su marcada verticalidad, conferían a la construcción una fácil e intencionada inaccesibilidad. También, la ubicación del edificio en lo alto debió proporcionar a este una incuestionable preponderancia visual en todo el territorio de su entorno. Por lo que respecta al lado oeste las margas allí existentes fueron cortadas a pico dejando de esta manera sólo el lado este para acceder a este edificio sacro, tal como hoy sigue sucediendo, facilitado por la construcción de una rampa que lo comunicaba a su vez con el área del poblado.

El notable deterioro de la construcción propia del paso de los siglos resultó acentuada por su ubicación en lo alto. Ello impidió a su excavador detallar la planta total del edificio, así como definir de manera precisa la función de las habitaciones excavadas.

La piedra empleada para su construcción, como era habitual entre los pueblos ibéricos, fue la del lugar acomodada con barro para paliar la falta de talla. Estos detalles constructivos no deben ser considerados como evidencias de una falta de calidad en su realización sino, más bien, reflejo de un inteligente uso de las disponibilidades naturales del entorno.

Pasado más de medio siglo de su descubrimiento, el avance científico permite realizar interesantes matizaciones, como por ejemplo, el alzado de una de las habitaciones H5, parece ser que se llevó a cabo mediante un mampuesto notablemente mayor que el empleado en el resto de los espacios cercano a lo ciclópeo; de igual manera, numerosos muros fueron construidos con un grosor superior a los 40 cm, medida ésta la habitual en las construcciones domésticas...Éstos y otros detalles apuntan a que los alzados de todos ellos se hubieran realizado en piedra.

Recientes estudios han defendido un único periodo cultural ibérico y no dos (ibérico y romano) parta todo el edificio basándose en la aparente "organicidad del espacio", en el papel de las plataformas escalonadas a partir del desnivel natural del terreno o en la falta de cerámica romana.

La habitación de la favissa es de planta cuadrangular (4,55 x 5,15 m) y es donde aparecieron los exvotos y carecía de vano de entrada. Tan solo en el muro oeste, pero volado sobre la cortada, se pudo documentar "restos de hueco de puerta" cuyo vano alcanzaba los 2,40 m. Se debe decir, pues, que al interior de esta habitación se debía entrar solo por el techo, contando para ello con la ayuda de algún tipo de escalera móvil. Esta circunstancia, que puede parecer extraña hoy en día, era propia de los espacios sagrados de la protohistoria peninsular por influencias de las culturas del mediterráneo a lo largo de todo el primer milenio a.C.

Dentro de la habitación, en una de sus esquinas, la noreste, y bajo un pavimento de barro amarillento se enterró debidamente un conjunto de exvotos de diversa tipología pero de obligada lectura religiosa: anillos, sortijas, fíbulas, cuentas de collar, alguna que otra arma, fragmentos de cerámica griega y, destacando sobre todo el conjunto de 179 esculturas arenisca, más o menos completas, y gran cantidad de fragmentos de otras varias, o de las mismas reconstruidas incompletamente.

Iconográficamente, la práctica totalidad de las figurillas corresponden a animales(équidos) mientras que las humanas, no sobrepasan la veintena. Ello determinó a don Emeterio a interpretar el edificio en su conjunto como un santuario y su advocación a una divinidad protectora de los animales, concretamente los caballos. No obstante, hoy hay matizaciones encaminadas a una mejor compresión, tanto del conjunto de exvotos como del edificio en sí, posible gracias al avance de la investigación en estas últimas décadas.

Bien es verdad que el conjunto de caballos es el de mejor calidad artística, pero es igual de cierto que el número de representaciones no supera los 40, siendo el de asnos, posiblemente mulas y la asociación yegua-potro superior al centenar. Por ello, más que una advocación a una diosa Espona protectora de los caballos debería pensarse en el culto más directamente entroncado con la tradición indígena y, por ello, en relación con las labores agrícolas y ganaderas del día a día, sin excluir, por ello, aspectos relacionados también con la fecundidad y protección de los animales.

Para concluir, la cronología del santuario no se puede determinar, todavía hoy,con precisión. Emeterio Cuadrad llamó ya la atención sobre la similitud existente entre la vestimenta y el estilo de los exvotos en bronce altoandaluces y los aparecidos, ya en piedra, en El Cigarralejo. De igual manera paralelizó éstos con algunos de los aparecidos en el santuario albacetense de El Cerro de los Santos los cuales, de manera tradicional, se fechaban a partir del s.IV a.C. Por otro lado, fragmentos de cerámica griega apuntaban también la cronología al s.IV a.C. Ahora bien, hoy se sabe que el propio carácter religioso de todos aquellos espacios justifica la presencia de elementos más antiguos al tener un incuestionable carácter "de prestigio", caso de la citada cerámica griega entre las élites ibéricas. En esta línea recientes estudios vienen rebajando las fechas iniciales de algunos de estos santuarios a, prácticamente finales del s.IV a.C o del s.III a.C.

Mayor precisión se tiene sobre el momento de destrucción-abandono del santuario de El Cigarralejo gracias a la presencia de cerámica campaniense, así como la ausencia de la "tardía" cerámica romana sigillata. La combinación de ambos factores apuntan la fecha del siglo II a.C.

 

DESDE EL AIRE

 

Fuente: Museodelcigarralejo

A Doña Virginia Page del Pozo, Directora y Arqueóloga del Museo Monográfico de Arte Ibérico " El Cigarralejo".