Luis Cervantes Dato héroe muleño de los últimos de Filipinas.
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LUIS CERVANTES DATO
El muleño Luis Cervantes Dato fue uno de los soldados que vivió el asedio al que fue sometido un destacamento español por parte de los insurrectos filipinos en la iglesia del pueblo de Baler, en la isla de Luzón, durante 337 días, cuando Filipinas todavía era colonia española. El héroe muleño fue nombrado Caballero Cubierto ante el rey, condecorado con la Cruz de plata del Mérito Militar con distintivo rojo y recibió y la Real y Militar Orden de San Hermenegildo.
LOS ÚLTIMOS MURCIANOS DE FILIPINAS • FRANCISCO REAL YUSTE, DE CIEZA, Y LUIS CERVANTES DATO, DE MULA, FORMARON PARTE DEL GRUPO DE MEDIO CENTENAR DE SOLDADOS ESPAÑOLES QUE DEFENDIERON LA COLONIA ESPAÑOLA EN EL ASEDIO DE BALER.
SEGÚN RECOGE EL HISTORIADOR Y CRONISTA OFICIAL DE LAS TORRES DE COTILLAS Y ALBUDEITE, RICARDO MONTES, EN SU LIBRO ‘CIEZA DURANTE EL SIGLO XIX’, REAL «MARCHÓ COMO SOLDADO A FILIPINAS EN EL VAPOR COVADONGA, SIENDO UNO DE LA CINCUENTENA DE MILITARES QUE RESISTIERON HEROICAMENTE EN BALER»
Era el ocaso de España. El fin del siglo XIX dio término también al gran Imperio Español, que comenzó cuatrocientos años atrás con el descubrimiento de América. Durante la centuria del 1800, y debido a la ocupación napoleónica y a la crisis propia del país, España perdió los territorios americanos, africanos, El Caribe y Filipinas, un gran archipiélago situado en el Sudeste Asiático en el que tuvo lugar uno de esos episodios históricos que, cuando la tradición oral, el cine o las novelas los rescatan, hacen honor al dicho popular: la realidad supera la ficción.
Los últimos de Filipinas fueron 57 soldados españoles que en 1898 defendieron durante meses el poder de la corona en Baler, el último territorio español en el archipiélago. Durante casi un año –337 días, señalan algunas de las crónicas–, los militares se negaron a admitir la derrota, y se atrincheraron en una pequeña iglesia esperando el apoyo de unos refuerzos que no llegaron nunca. Con las ventanas tapiadas, y tras cavar un pozo del que pudieron extraer agua durante el sitio, lucharon contra los nativos para que en lo alto del campanario siguiera ondeando la bandera rojigualda.
Once meses después, y tras recibir un ejemplar del periódico El Imparcial en el que los titulares principales dejaban claro que las tropas españolas habían abandonado el territorio colonial, que ya daban por perdido, el teniente Cerezo ordenó a sus soldados rendirse y regresar a la península. Fueron 32 los que seguían con vida después de sufrir el asedio y que, tras la gesta, volvieron a pisar tierra Española.
Dos de los reclutas, Francisco Real Yuste y Luis Cervantes Dato, eran, previsiblemente, amigos. Lo atestiguan algunas fotografías de la época en las que posan juntos. Quizá en las horas muertas, ocultos de las balas enemigas, hablaban de lo que les unía: su tierra. Ambos soldados eran murcianos.
Real era natural de Cieza, de origen humilde y que «se alistó voluntario», recordaba ayer su nieto, Pascual Real, que no llegó a conocerlo. Según recoge el historiador y cronista oficial de Las Torres de Cotillas y Albudeite, Ricardo Montes, en su libro Cieza durante el siglo XIX, Real «marchó como soldado a Filipinas en el vapor Covadonga, siendo uno de la cincuentena de militares que resistieron heroicamente en Baler». El joven, «que volvió como se fue, sin saber leer ni escribir», nació en 1873.
Después de la guerra vivió, cuenta su nieto, «alejado del ejército»: «Cuando regresó, a él y a todos los soldados les ofrecieron quedarse como oficiales de segunda, o buscarles un trabajo. Mi abuelo se quedó como guardia de la huerta», explicó. En 1909 se le concedió una pensión anual de 720 pesetas, indica, además, Montes. Pese a no conocerlo, Pascual guarda recuerdos de su abuelo: «En mi casa hablaban de él y he participado en varios reportajes contando su historia. Fue herido de bala dos veces», apunta. «Además, tengo en casa una medalla y una placa que le dieron por su labor en la campaña».
Luis Cervantes, el otro murciano en Asia, se crió no muy lejos del ciezano, pues era natural de Mula. Se fue a la guerra de Filipinas con 18 años y regresó con 21. De vuelta al hogar se casó y tuvo 11 hijos de los que le sobrevivieron 6. Al llegar a España también le dieron a elegir trabajo y estuvo de cartero en el Pilar de la Horadada y Molina de Segura. Murió con 50 años, ya que regresó enfermo de la guerra, informa Micaela Fernández. Sus descendientes no guardan muchos recuerdos de aquella época, pues se los fueron pidiendo instituciones de la época. Pero sí saben que obtuvo tres medallas por su participación en la contienda. Dos por la estancia de un año en la iglesia y una por participar en otra batalla en Filipinas, en la que siete españoles lucharon con 200 hombres sin causar baja. Él fue herido en aquella batalla.
Ricardo Montes también hace alusión a la amistad que ambos mantuvieron y relata que incluso realizaron juntos el viaje de vuelta a sus respectivos hogares tras perder la colonia: «El 29 de julio (de 1898, Francisco Real) salía, con sus compañeros, camino de Barcelona a bordo del vapor Alicante, llegando el día 1 de septiembre. Desde allí viajará a Murcia, junto a su compañero de armas, el muleño Luis Cervantes, llegando a sus respectivos destinos el lunes día 4 de septiembre».
Luis Cervantes Dato Nº16 en la imagén
Otros murcianos en la contienda
«A Filipinas fueron murcianos por cientos», comentaba a este periódico Ricardo Montes. «Y la mayoría eran de familias humildes porque los hijos de los ricos pagaban para que otros fueran en sus puestos», aclara. Entre esos otros murcianos se encontraba el alcantarillero Pedro Cascales Hernández. Era agricultor, nació y murió en la localidad, antes y después del conflicto fue agricultor y llegó a contar ochenta y siete años, apuntaba ayer su nieto, el hoy también octogenario Casto Martínez Cascales.
Casto estuvo muy unido a su abuelo –«¿Cómo que si lo conocí? Dormimos en el mismo catre hasta mis 21 años»– y tiene fijadas en su mente algunas de las escenas que le contaba sobre Filipinas: «Él hablaba siempre de la guerra; del talago, que era el idioma de allí y que nunca pudo aprender… Era un hombre de la huerta, con muchas limitaciones culturales. Estuvo 28 días montado en el buque Colón. No se me olvida», afirma. Acumula fotos de la época, recortes de periódicos, objetos personales «y hasta un rosario de madera que compró en el Canal de Suez, cuando regresaba de Manila», contó. «Lo tengo clavado encima de mi cama».
Otro vecino de Alcantarilla participó en la guerra. Era el albañil Francisco Pacheco Pellicer, «que murió en abril de 1967», informaba Fulgencio Sánchez, Cronista Oficial del municipio. Tuvo tres hijos a su regreso. Dos varones, que siguieron el oficio del padre, y una mujer. Su nieta, Paquita Pacheco, «una experta en historia», todavía guarda una memoria muy vívida de la aventura de su abuelo en Asia.
Otros no corrieron la misma suerte que estos cuatro soldados. El periódico las provincias de Levante publicó el 5 de agosto de 1897 una gran esquela en su primera página en la que hacía referencia a «soldados muertos en Filipinas pertenecientes a esta región». En lo referente a Murcia, el rotativo refleja la muerte de los oficiales Mariano Borrajo, de Totana, y Emilio López, de Cartagena. Además, según el periódico también se habían registrado las bajas de los soldados Julián Bermúdez y Joaquín Valera, de Murcia, Dionisio Alonso, de Moratalla, y Mateo Guevara, de Lorca. Este tipo de informaciones eran habituales en los periodos de conflictos bélicos y eran difundidos por el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra.
Fuente: http://www.laopiniondemurcia.es/ – Daniel J. Rodríguez
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La ciudad de Mula le concede el nombre al parque conocido popularmente como "la pista verde", junto a la senda de la morera,
pasará a llamarse "LUIS CERVANTES DATO, Héroe muleño de los últimos de Filipinas".
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Quienes fueron los últimos de Filipinas.
Tres siglos después, sumida en constantes luchas internas, España se afanaba por preservar un añejo imperio ultramarino del que sólo quedaba Cuba, Puerto Rico y Filipinas.Durante un año, 50 españoles iban a protagonizar en un pequeño pueblo filipino la única victoria del Desastre de 1898: fueron los llamados “los últimos de Filipinas”.
A mediados de los años 90, estallaron sendas rebeliones por su independencia en las colonias españolas de Cuba (1895) y Filipinas (1896).
El Gobierno español, animado por la opinión pública, el respaldo del Congreso y las exigencias de los españoles establecidos en los dos territorios, respondió con el envío de tropas.
En ese contexto de expansión colonial estadounidense, y escudándose en el equilibrio internacional, los británicos preferían que Filipinas cayese en poder de EEUU en vez de Alemania o Francia. Así las cosas, si la lucha contra los rebeldes filipinos era difícil, pero según expertos, posible, la defensa del archipiélago frente al ataque de una potencia como Estados Unidos apoyada por Gran Bretaña (Londres permitió que la flota del almirante George Dewey se aprovisionase en Hong-Kong, comprase barcos y hasta reclutase personal para las tripulaciones e impidió que una flota española, la Escuadra de Reserva, acudiese al Pacífico al prohibir su paso por el canal de Suez), era casi imposible.
En Filipinas, una parte de la población tagala comenzó en 1896 una sublevación que España trató de controlar con la fuerza de las armas. En la isla de Luzón, la mayor del archipiélago, las tropas españolas arrinconaron a los rebeldes, encabezados por Emilio Aguinaldo. Superado militarmente, Aguinaldo llegó a un acuerdo para abandonar las armas en 1897 y fue deportado a Hong Kong. Cuando las autoridades españolas creían controlada la situación, Estados Unidos declaró la guerra a España y desembarcó en mayo del 98 a Aguinaldo en la bahía de Manila para reactivar a insurgencia.
Pocos meses después, España perdería a manos norteamericanas Cuba, Puerto Rico y el archipiélago filipino.
Baler contaba con una población de 1.700 habitantes y fue escenario, a finales de 1897, de una violenta escaramuza entre las tropas españolas y los rebeldes tagalos. Allí tuvo que emplearse una fuerza de 400 hombres para restablecer el control español y pacificar el territorio. Cuando todo quedó en calma las columnas de socorro se retiraron, pero desde Manila se envió un nuevo destacamento de 50 soldados para mantener el orden.
Iniciada la guerra hispano-estadounidense, las partidas rebeldes estaban de nuevo activas en la región. Baler quedó incomunicada por tierra, por lo que en su momento no llegó la noticia de la destrucción de la flota española en Cavite ni del cerco de Manila.
La guarnición temía que en cualquier momento los rebeldes lanzaran un ataque a gran escala, sin embargo, el 27 de junio la población amaneció desierta lo que aprovecharon los españoles para convertir la iglesia en un fortín capaz de resistir un asedio en toda regla a la espera de la ayuda desde Manila.
La iglesia de Baler era un pequeño edificio rectangular de 30 metros de largo por 10 de ancho, con una casa parroquial adosada. Sus muros, de metro y medio de grosor, eran sólidos, aunque una parte era de mampostería. Los soldados convirtieron el campanario en puesto de observación, excavaron dos trincheras ante los portalones principales, inutilizaron el resto de entradas y transformaron las aberturas en aspilleras desde las que disparar al enemigo. Tras introducir provisiones, fabricaron un horno de pan y excavaron un pozo para obtener agua.
La guarnición la formaban 50 militares (el capitán De las Morenas, los tenientes Juan Alonso Zayas y Saturnino Martín Cerezo, el oficial médico Rogelio Vigil de Quiñones y 46 soldados) a los que se unieron después el párroco y otros dos religiosos más.
Al día siguiente, los rebeldes les informaron de la derrota sufrida por la flota española frente a la estadounidense y les instaron a rendirse (fue la primera de las nueve tentativas de negociación). Todo fue inútil. Durante los 337 días que duraría el asedio, los defensores del fortín de Baler se negaron a creer la noticia de la derrota de su ejército.
Un año encerrados
Al principio, los insurgentes se dedicaron a tirotear intensamente la iglesia mientras esperaban refuerzos para iniciar un asalto decisivo. Los filipinos eran más numerosos y dominaban bien el terreno. Eran temidos por sus "bolos" o cuchillos largos, pero disponían de escasos fusiles. Un cañón de pequeño calibre tampoco supuso una amenaza insalvable para los sitiados.
Los filipinos también utilizaron tácticas de guerra psicológica para minar la moral de los asediados: les impedían dormir con ruidos de todo tipo; hacían cantar a las mujeres para recordarles los placeres a los que debían renunciar o mostraban a muchachas desnudas que les hacían gestos lascivos.
A finales de julio, llegaron a Baler varias columnas insurgentes que solicitaron de nuevo la rendición, a lo que el capitán De las Morenas respondió: "La muerte es preferible a la deshonra". Los ataques continuaron a lo largo del verano, pero sin gran eficacia.
Durante todo el asedio los españoles sólo debieron lamentar dos muertos por heridas de bala, mientras que por su parte causaron unas 700 bajas a los atacantes, entre heridos y fallecidos. En realidad, la mayoría de bajas españolas se debieron a las enfermedades (de los 19 muertos, 12 lo fueron por el beriberi, tres por disentería, dos por fuego enemigo y dos fusilados.
La mala alimentación y el hacinamiento continuado en un recinto reducido y oscuro favorecieron la propagación de la disentería y, sobre todo, del beriberi, un mal provocado por la carencia de vitaminas de los alimentos frescos y que causa una debilidad progresiva e incluso la muerte si no se recibe tratamiento. Hasta el final del asedio murieron 15 defensores por estas enfermedades, entre ellos los oficiales De las Morenas y Alonso Zayas, por lo que tomó el mando del destacamento el teniente Saturnino Martín Cerezo.
En otoño, el teniente ordenó una salida nocturna para conseguir fruta fresca y airear el recinto, lo que conllevó la mejoría de los enfermos.
Los soldados celebraron la Navidad de 1898 "con estrépito", incluso improvisando un concierto con cornetas, tambores y latas de petróleo vacías usadas como instrumentos. No sabían que apenas quince días antes el Gobierno español había firmado con Estados Unidos un tratado de paz por el que cedía a éstos sus posesiones de Cuba, Puerto Rico y Filipinas a cambio de 20 millones de dólares.
Los filipinos, que en febrero de 1899 se rebelaron a su vez contra la ocupación norteamericana, volvieron a intentar dar a entender a los defensores de Baler que habían perdido la guerra, pero estos no cedieron.
Emilio Aguinaldo
A finales de mayo se libró el último gran combate, cuando los tagalos intentaron inutilizar el pozo de agua para rendir de sed a los sitiados. Poco después llegó desde Manila un alto mando español (el teniente coronel Aguilar) con la misión de instar a los defensores a abandonar la resistencia. Para demostrarles que la guerra había terminado les dejó un fajo de ejemplares del periódico madrileño El Imparcial con noticias al respecto.
Pero los defensores consideraron que se trataba de falsificaciones.Pero viendo ya que las fuerzas mermaban y que las provisiones estaban agotándose, y al final dándose cuenta de que las noticias de la derrota eran ciertas, Martín Cerezo planeó una salida nocturna para abrirse paso hasta Manila. Antes de partir, el teniente destruyó el armamento sobrante y ordenó fusilar a dos soldados que mantenía presos desde febrero, acusados de intentar desertar. La claridad de la noche frustró una primera tentativa de salida. Consciente de que la marcha a Manila era una operación casi suicida, comunicó a su tropa la situación y propuso parlamentar con los filipinos para acordar una capitulación.
El 2 de junio de 1899 se arrió en Baler la bandera española (confeccionada, según se cuenta ya falta de otra cosa, con casullas de monaguillo y tela de mosquitera). Los 33 supervivientes depusieron las armas y fueron conducidos a Manila. Desde allí viajaron en barco hasta Barcelona, donde se les recibió como a héroes el 1 de septiembre de 1899. En la audiencia que les concedió la reina regente María Cristina, el teniente Martín afirmó que él únicamente había cumplido con su deber, a lo que le respondió al parecer la reina: "¡Ay, Martín!, si todos hubieran cumplido con su deber...".
Valor militar
El que fuera después primer presidente filipino Emilio Aguinaldo, mostraría su admiración por la “muy heroica” resistencia de los españoles en Baler. Los estadounidenses, por su parte, hicieron traducir las memorias del teniente Martín Cerezo como modelo de resistencia de una posición aislada.
En sus memorias, Martín Cerezo dijo orgulloso que ni un día dejó de ondear la bandera nacional en la iglesia. En el prólogo a las Memorias de Martín Cerezo, Azorín escribió: “¿Qué nación en Europa puede mostrar ejemplo de tal heroísmo?”.
Pero por inusitado que parezca, el Gobierno español apenas recompensó su sacrificio. En 1901 se concedió a Martín Cerezo la Laureada dotada con 1.000 pesetas anuales. Aunque alcanzó el generalato, sus ascensos los tuvo que pelear mediante recursos, porque para muchos oficiales y políticos era un personaje incómodo. No volvió a mandar tropa.
Los demás tuvieron que esperar hasta 1908 para que el Congreso les concediese una pensión: 60 pesetas mensuales, que también cobraron los parientes de los fallecidos.
Vigil de Quiñones se retiró en 1923 como comandante médico a los 61 años de edad. Pasó estrecheces y como sus medallas no estaban pensionadas solicitó al Ayuntamiento de Marbella, donde nació, una ayuda económica que se le negó. Murió en 1934.
Marcelo Adrián, uno de los mejores tiradores, solicitó un empleo en el Palacio Real, y estaba junto a los reyes cuando se proclamó la II República.
En la guerra civil, los héroes de Baler sufrieron como los demás españoles: perdieron hijos en ambos bandos Martín Cerezo recibió en su casa la visita de unos milicianos a los que espetó que si querían matarle lo hicieran en la cama donde yacía enfermo. Los asesinos se conformaron con llevarse a su único hijo varón, de 18 años, y le mataron en Paracuellos.
En 1936, un sargento de la Guardia Civil mató a Santos González Roncal en Mallén (Zaragoza) por envidias. En 1945, cuando se estrenó la primera película sobre su gesta, quedaban vivos ocho de ellos y se les ascendió a tenientes honorarios. El más longevo, Felipe Castillo, natural de Martos (Jaén), falleció en 1964 a los 86 años.
Aunque hoy en España casi nadie recuerda esta efemérides de los 337 días de resistencia de “los últimos de Filipinas”, en 2002, el Gobierno filipino declaró el 30 de junio como Día de la Amistad Hispanofilipina “para recordar el acto de benevolencia que ha allanado el camino para tender una mejor relación entre Filipinas y España” y “para conmemorar los lazos culturales e históricos, la amistad y la cooperación entre Filipinas y España”.
En el acto se interpretó el himno de los dos países y se depositó una corona de flores ante la Iglesia de San Luis, en la que una lápida en inglés recuerda a los soldados españoles.
Fuentes:
artycultura
Wikipedia
Historiageneral
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La familia, junto con el Ayuntamiento, coordina una serie de actos entre los que cabe destacar el traslado de sus restos al panteón municipal.El muleño, Luis Cervantes Dato, fue uno de los soldados españoles que vivió el asedio al que fue sometido un destacamento español por parte de los insurrectos filipinos en la iglesia del pueblo de Baler, en la isla filipina de Luzón, durante 337 días, Cuando Filipinas todavía era colonia española.El héroe muleño fue nombrado “caballero cubierto ante el rey”, condecorado con la Cruz de plata del Mérito Militar con distintivo rojo y recibió la Real y Militar Orden de San Hermenegildo.En estos días es proyectada en todos los cines de España, la película "Los últimos de Filipinas". Una película que ha despertado un especial interés en el pueblo de Mula, pues narra la historia de uno de sus hijos, Luis Cervantes Dato, héroe de España, una historia que viven con orgullo los oriundos de Mula, pero sobre todo sus nietos, bisnietos y tataranietos, por la gesta de su abuelo.117 años después el pueblo de Mula rendirá un homenaje póstumo a este héroe muleño. Desde el ayuntamiento se han puesto en contacto con los familiares, los más cercanos sus nietos y hermanos Luis y Encarna Hurtado Cervantes, y con sus bisnietos, con el fin de preparar el homenaje.Aún no ha sido concretada fecha, aunque podría enmarcarse a finales del mes de enero, para conseguir reunir al mayor número de familiares, así como dar el tiempo suficiente para realizar los trámites burocráticos oportunos para trasladar los restos mortales del soldado heroico, desde el panteón donde reposan al panteón municipal en donde se encuentran muleños insignes. Desde el ayuntamiento también quieren que la corporación municipal llegue al acuerdo de nombrar una calle de la ciudad a Luis Cervantes Dato, así como preparar un acto público de homenaje póstumo.El nieto mayor, vivo, del héroe de Baler, Luis Hurtado Cervantes, dice sentirse muy orgulloso de la gesta de su abuelo y agradecido con todos aquellos que estén trabajando para realizar ese homenaje póstumo “Llevamos muchos años detrás de hacer este homenaje pero nunca cuajo. Ahora parece que va en serioDefendieron a España durante casi un año, pese a que la guerra había terminado.Fuente: Jose L.Piñero
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